¿Existe una felicidad verdadera y una felicidad falsa?

 ¿Qué es la felicidad? ¿Es posible llegar a ella? ¿Quien afirme ser feliz realmente lo será o es simplemente un espejismo de una quimera, algo que todos anhelamos conseguir y que nadie puede lograr? Estas son cuestiones que todos los seres humanos nos planteamos en algún momento de nuestra finita vida. El ejemplo más claro se encuentra en las aulas de los más pequeños, cuando les preguntan qué quieren ser de mayores, y algunos de ellos responden “yo solo quiero ser feliz”. La felicidad no es algo tangible, y por tanto no existe una ciencia exacta para poder medirla. Siguiendo con el ejemplo de los niños, cuando les entregamos algún juguete nuevo, está nevando o incluso al ver a sus personajes favoritos, les preguntamos si son felices y ellos nos responden que sí, porque es verdad, ellos se sienten felices, están experimentando un sentimiento de euforia al realizar una acción que así lo provoca. Pero ¿es esto la auténtica felicidad? Stuart Mill afirmaría que no. Según el, siguiendo el principio de utilidad (“lo bueno es aquello que de la felicidad a un mayor número de individuos”), esta felicidad sería momentánea, ya que se obtiene de una acción pasajera (ej. juguete), y cuando esta acción termine, con ella lo hará la felicidad que traía consigo. Esta felicidad sería típica de los placeres inferiores, los que nos dan los sentidos, y lo que la gente en general cree que da la felicidad. Sin embargo, esta felicidad sería falsa, y la auténtica sería la que proviniese de un placer superior, intelectual, al que no todo el mundo está dispuesto a llegar. Stuart afirmaba: “prefiero a un Sócrates insatisfecho a un cerdo satisfecho”. Por tanto, cuando nos preguntemos si es posible llegar a ser verdaderamente feliz, no debemos pensar en cosas materiales, sin valor, por mucho que nuestro ansiado dinero pueda comprarlas. Debemos ir más allá, consiguiendo llegar a otro nivel, no físico sino espiritual, que de verdad nos enriquezca como seres humanos. Y sólo así podremos ser felices.

Ahora bien, esa diferencia entre placeres inferiores y superiores sólo hace referencia a placeres; de modo que atendiendo a esa diferenciación estableceríamos una equivalencia entre felicidad y placer (superior). Y a la hora de determinar que sólo los superiores pueden considerarse como sinónimos a felicidad, asumiríamos una suerte de elitismo, de segregación entre los que pueden alcanzar la dicha (unos pocos), frente a una masa de seres encadenados a una vida sensorial, inferior.

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